Corría 2007 cuando una compañera que por entonces trabajaba para la Red de Asistencia Técnica (RAT) de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), me contactó para comentarme que estaba colaborando con una cooperativa del Partido de Avellaneda, al sur del Gran Buenos Aires. Concretamente necesitaban una docente de inglés para el bachillerato de adultos que planeaban abrir el año siguiente y no conocían otra con perfil social. Entonces me invitó a compartir una primera charla informativa para ampliar información sobre el proyecto. Fue así como conocí a la Cooperativa Unión Solidaria de Trabajadores (UST), una empresa recuperada y administrada por sus propios trabajadores y trabajadoras.

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Algunos años atrás, mientras cursaba los primeros años de la carrera de Ciencias Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires (UBA), había tenido la oportunidad de realizar una práctica pre-profesional en la exBrukman, una fábrica textil integrada mayoritariamente por mujeres, que buscaban recuperar el trabajo tras la quiebra de sus antiguos dueños. Durante ese período transitaron una fuerte represión y un desalojo. Recuerdo que, para los miembros del equipo de estudiantes que realizábamos allí la práctica, fue una experiencia muy movilizante por el nivel de violencia que habían tenido que afrontar un grupo de mujeres que, hasta hacía muy poco tiempo, estaban produciendo prendas de vestir sin imaginarse que pronto pasarían a administrar una empresa. Ese había sido mi primer acercamiento al universo simbólico de los trabajadores autogestionados. Sin dudas dejó su huella en mí.
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Conocer a la UST reavivó aquellas emociones turbulentas y, si bien no estuve presente en los primeros años de lucha por la recuperación del trabajo, podía imaginarme el difícil camino que venían transitando. En ese sentido, me parecía un gesto sumamente valioso que buscaran crear una escuela para que los trabajadores y trabajadoras pudieran finalizar sus estudios secundarios y, por ende, no dudé en colaborar con ese proceso de gestación. Comenzamos a reunirnos periódicamente, convocar docentes, construir un colectivo y poner en marcha el proyecto.

Si bien comencé como docente de inglés, muy pronto empecé a vincularme con otros espacios curriculares como: lengua y literatura, comunicación y medios, etc. También tuve la oportunidad de colaborar con el equipo de comunicación de la cooperativa, la mesa de organizaciones barriales, etc., y con el correr de los años, me convocaron para integrarme en el equipo de conducción de la escuela. Lo que comenzó como un gesto solidario terminó convirtiéndose en un lazo de compañerismo. Fueron aproximadamente 5 años de voluntariado social.

Mario Barrios, socio fundador y por entonces presidente de la cooperativa, fue uno de los primeros compañeros que conocí. A su manera, supo trasmitirme la experiencia de lucha y construcción que venían transitando. La UST se conformó en el 2003 después de un conflicto, desatado por la pérdida del trabajo de aproximadamente 124 trabajadores de Techint, quienes prestaban servicios a la Coordinación Ecológica del Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE) para el tratamiento de residuos sólidos urbanos y recuperación de suelos. Cuando la empresa anunció que se retiraba del mercado, comenzaron a organizarse con el apoyo de su comunidad y, después de muchos meses y por sugerencia de un directivo del Ministerio de Trabajo, crearon la cooperativa. Fue una suerte de negociación política para sortear el conflicto gremial y comunitario. A propósito de aquellos primeros tiempos, Barrios refirió: "Nosotros no sabíamos nada de cooperativismo, más allá del trabajo que hacíamos siempre social y comunitario (porque nosotros, independientemente de ser empleados, también teníamos un trabajo territorial, una junta vecinal en el barrio). Pero como era la única posibilidad, armamos una cooperativa y empezamos a trabajar como tal. Lo primero que arrancó fue el comedor y a los pocos meses empezamos a trabajar todos ahí a hacer el mantenimiento y el cierre del relleno sanitario. En la primera etapa trabajamos sin contrato, aproximadamente tres meses, hasta que armamos un contrato por un año. Ese año fue todo prueba y error."[i]

El trabajo social que los trabajadores habían realizado en su comunidad facilitó el apoyo que obtuvieron en aquellos momentos desoladores y, una vez consolidada la empresa, los autogestionados no dudaron en brindar su gratitud. Ese fue uno de los motores del enfoque de desarrollo que paulatinamente adoptó el proyecto integral de la organización. En términos de Barrios: "Cuando nos trajeron máquinas nuevas venían computarizadas y con manuales en inglés. Y nosotros teníamos muy buenos maquinistas, gente con una experiencia de hasta 20 años arriba de una máquina, pero que no sabían leer ni escribir o no habían terminado la primaria. El primer desafío fue armar una terminalidad de estudios dentro de la empresa, para que todos nuestros compañeros tuvieran al menos la primaria. Una de las estrategias de lucha, cuando nos queríamos ofrecer como una mano de obra calificada, fue definir en una asamblea que todos vayamos a estudiar (…) Pero el proyecto fue más allá: pensamos qué cosas le podíamos devolver a la comunidad por ese acompañamiento. Y la necesidad de una escuela secundaria no era sólo de los trabajadores, sino también al barrio."[ii] Es así como el trabajo autogestionado se liga consecuentemente con iniciativas educativas que promueven el desarrollo territorial.

Los años pasaron y la UST ganó nivel organizativo, visión estratégica y compromiso social, apostando a la inversión social de su excedente. Además de la escuela primaria y el bachillerato de adultos, impulsaron la creación de un club deportivo donde actualmente los niños, niñas y adolescentes de la comunidad practican fútbol y jockey; crearon un centro de producción agroecológica que comprende una huerta orgánica, una granja educativa, una pileta y quinchos recreativos, un hostel, producción de vinos, mermeladas, etc.

La UST no actúa sola, se encuentra con otros actores claves. En su comunidad impulsó la mesa de organizaciones barriales, en cuyo marco se identificaban las problemáticas comunes y se generaban iniciativas conjuntas, por ejemplo: la organización de un campamento de verano para los niños, niñas y adolescentes que no tenían oportunidad de viajar durante el receso de verano. Por otra parte, se integró a la Red de Escuelas, conformada por instituciones de los niveles inicial, primario y secundario, que desarrollan actividades conjuntas, entre las que se destacan: la organización de actos escolares, mejoras edilicias, etc. También fundó y lideró la Asociación Nacional de Trabajadores Autogestionados (ANTA), una herramienta gremial para otras organizaciones del sector que buscaban mejorar sus condiciones de trabajo y desarrollo productivo. Además, se integró en la CTA donde fue asumiendo roles de liderazgo y responsabilidad a nivel provincial y nacional.

En ocasiones, cuando la coyuntura política era favorable, articuló con diversas políticas públicas que co-gestionó en la comunidad, entre las que se destacan: Programa Argentina Trabaja, Programa Envión, etc. Así se ampliaron los espacios de participación comunitaria y restitución de derechos. Además, contó con el aporte de diversas universidades públicas que acompañaron los diferentes procesos brindando asistencia técnica, compartiendo conocimientos, etc. Vale resaltar que una de las características de estos procesos autogestivos orientados al desarrollo comunitario es su tendencia a promover la participación, el ejercicio de la ciudadanía y la democracia. Por eso, cabe señalar que los proyectos productivos de impacto social tienen una capacidad transformadora que, en ocasiones, resulta más eficiente que el propio Estado por su arraigo territorial, el tejido social construido y la capacidad de gestión social. De ahí que las alianzas intersectoriales sean esenciales para incrementar el nivel de impacto.

Como mencioné al comienzo de esta nota, oportunamente fui convocada para enseñar tales y cuales contenidos curriculares a los trabajadores y vecinos en el marco del bachillerato de la UST. Después de muchos años, me atrevo a decir a viva voz que aprendí más de lo que enseñé y quizás aún esté en deuda con los autogestionados, quienes me mostraron el camino de la solidaridad, el desarrollo productivo y el compromiso social. Aún hoy esos aprendizajes me acompañan y atraviesan mis prácticas profesionales.

[i] Peña, Sofía, "La fuerza en lo colectivo: la autogestión y la educación como compromiso social", Revista "Sentipensando la educación", Año 2, N°3, 2020.

[ii] Idem.

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